Jessica parecía incapaz de cerrar la boca. Mientras, en la televisión, Emmett Cullen anotaba su décimo tanto del partido y
enfilaba a los Bears hacia la victoria, justo antes de que el árbitro hiciera
resonar su silbato para marcar el final de la primera parte.
—¿Pero por qué…? ¿Cómo…? —balbuceó Jessica.
—Esperaba no tener que explicar el cómo. Y
el porqué… —dejé escapar un bufido exasperado— bueno, ni siquiera yo entiendo
el porqué. Aunque hubiera jurado que los empleados del Four Seasons fueron más
discretos la última vez —añadí, rodando los ojos en un gesto elocuente.
—Precisamente por eso deberías haberle
hecho caso a Edward —replicó Alice.
Volví a dejar la revista sobre la mesa y le
di cuidadosamente la vuelta para no tener que seguir mirando la foto de Edward
que aparecía en la última página. Incluso en blanco y negro y con aquella
expresión hostil, seguía igual de guapo que siempre.
—¿De qué hablas? —pregunté, levantando la
cabeza hacia Alice.
—De que la mierda está a punto de salpicarte
—me advirtió—. Y de que lo que se te viene encima en cuanto descubran quién
eres va a ser mucho peor que un artículo con el que rellenar una columna en la
última página del periódico.
—El documento de confidencialidad —trató de
aclarar Angela al reparar en mi mirada confusa—. Alice, Jessica y yo ya lo
hemos firmado. Tú también tienes que hacerlo.