jueves, octubre 25, 2012

Adelanto MAS: Capítulo 16. La sorpresa

—¿Y qué importa lo que Edward haya planeado? —exclamó de repente, perdiendo toda su compostura y alzando los brazos al aire en un gesto exasperado— ¡Por el amor de Dios, Bella! ¿Le va a pedir matrimonio a otra y a ti lo único que te preocupa es que ese momento sea perfecto? 

Me volví hacia ella, encarándola con furia. Sentía la sangre palpitar con fuerza en mis venas. No tenía ni idea de nada de lo que estaba ocurriendo y, aún así, se permitía el lujo de darme sermones cuando nadie le había pedido su opinión. 

—En cualquier otra situación, me importaría menos que una mierda, Angela —dije, tratando en vano de mantener mi voz y mis emociones bajo control—. Pero da la casualidad de que esa maldita petición de matrimonio es una parte fundamental de la fiesta que yo me encargo de organizar. Es mi trabajo, Angela. Y aún me queda el orgullo suficiente como para querer hacerlo bien. No voy a dejar que una niñata consentida eche por tierra todo el esfuerzo y todo el trabajo de un mes.

—Pero… 

—Angela —la interrumpí, alzando la mano—, déjalo. Déjame unos minutos a solas. Por favor —añadí, al ver que no parecía dispuesta a rendirse. 

Ella me observó durante un par de segundos y finalmente se dio por vencida. 

—Está bien —dijo, caminando hacia la puerta, pero cuando agarró el picaporte, se dio la vuelta para decir algo más antes de irse—. Sólo espero que aprendas a poner tus necesidades por delante de las de Edward. Si no lo haces, va a acabar contigo. 

El consejo llegaba demasiado tarde. Hacía tiempo que Edward Cullen ya había terminado conmigo y esa noche tan sólo iba a rematarme un poco más.

martes, octubre 09, 2012

Adelanto MAS: Capítulo 15. El piano


Aparté la mirada, clavándola sobre las teclas blancas y negras. No podía evitar sacar ese tema de conversación constantemente. Aunque luego me sintiera como una mierda.

—He visto las fotos —murmuré por lo bajo, con la mirada aún fija sobre el piano.

—Todo Chicago las ha visto —fue su cautelosa respuesta.

—Por lo visto has estado bastante ocupado estos días. Supongo que eso explica que me hayas dejado tranquila. Te lo agradezco.

Escuché su risa entre dientes, pero aún así continué con mi firme propósito de no mirarle. Me facilitaba mucho las cosas.

—¿Me echabas de menos? —preguntó, divertido.

—Ahora mismo te echo de más.

No quería responder. Porque responder significaba decir la verdad, y decir la verdad implicaba admitir que sí, que le había echado de menos y que ni siquiera me sentía mal por ello.

—¿Quieres irte? —preguntó de improviso y su voz sonó repentinamente seria.

—No —respondí con sinceridad.

Dejé que el silencio cayera sobre los dos, pero él no parecía soportarlo, porque poco después volvió a hablar.

—Lo de las fotos fue idea de Rosalie. Yo no…

—¿Te estás justificando? —le corté, levantando la mirada hacia él.

Me observaba con los labios apretados en una fina línea. Mechones de pelo rebeldes le caían sobre la frente y aunque el salón se encontraba tan sólo iluminado por la luz que entraba desde el pasillo, podía adivinar su mueca dura. Aquella conversación era uno de esos momentos en los que sentía cómo el control se le escapaba entre los dedos.

Se sentía incómodo. Lo sabía por su mueca crispada y por la tensión que emanaban todos los músculos de su cuerpo. Pero aún así continuaba ahí, sentado sobre el banco del piano y sin intención de irse o de obligarme a hacerlo yo.

Y eso era más de lo que me había dado nunca.

—No —respondió al cabo de unos segundos—. Pero quiero ser sincero. Como lo he sido desde el primer día.