Estaba loca. De remate. En algún rincón de mi corazón, sentí algo
de compasión por ella. Y eso me hacía sentirme moralmente superior. Se había
quedado sin trabajo y sin vida social. Pero seguía teniendo un par de piernas
kilométricas y a Emmett. Quizás eso explicaba lo increíblemente irritante que
era. Quizás acababa de darse cuenta de que en esta vida no se podía tenerlo
todo. O trabajo y vida social, o piernas kilométricas y un novio.
O quizás es que simplemente era
insoportable y el estar pasando por un momento jodido en su vida la hacía aún
más difícil de aguantar.
Me inclinaba por la segunda opción.
Volví a concentrarme en mi Cosmopolitan,
con el firme objetivo de largarme de allí en cuanto lo terminara. La cuenta se
la dejaba para que la pagara ella. Pero, justo entonces, Rosalie volvió a abrir
la boca.
—¿Le quieres?
Definitivamente, me iba. ¿Por qué coño no
me estaba moviendo ya?
—No hablo de él —respondí, vocalizando las
palabras lentamente—. No pienso en él.
Rosalie volvió a reír entre dientes,
mezclando la burla con la más irritante condescendencia.
—Le quieres.
Guardé silencio. Porque eso ya no
importaba. Y porque, después de todo lo que había pasado, Rosalie Hale era la
última persona sobre la faz de la Tierra ante la que querría admitir algo así.
—¿Sabes? —volvió a hablar al cabo de un par
de segundos, removiendo con parsimonia el contenido de su copa— Si no fueras
tan cobarde, puede que me cayeras bien. Aunque tampoco estoy muy segura de ello.
Sin decir nada más, le dio un último trago a su copa, dejó un par de billetes
sobre la barra y se largó de allí.